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TOULOUSE: LA VILLE ROSE


"...Quand il me prend dans ses bras

il me parle tout bas

je vois la vie en rose..."

(Édith Piaf)

"Ahora sólo me queda buscarme de amante la respiración. No mirar a los mapas, seguir en mi mismo, no andar ciertas calles, olvidar que fue mío una vez cierto libro..."

(Silvio Rodríguez)

"Tiéndete junto a mí. Despierta en la memoria esa inquietud que guardan los que acaban de amarse."

(Luis García Montero)

Las vacaciones de verano comenzaron en Toulouse, una ciudad que me recomendaron visitar y que no cumplió con las expectativas que llevaba. No me defraudó en absoluto, pero tampoco fue lo que esperaba; quizás el calor asfixiante de los días de agosto no era lo propicio para conocer la ciudad.

Después de varias horas de autobús, llegué a la “ville rose” llamada así porque la mayoría de los edificios, sobre todo en el casco antiguo, están hechos de ladrillo visto, lo que da un particular color a la ciudad, diferente a todas las que había visitado hasta ahora en Francia.

Fui a la oficina de turismo a por un mapa. Justo detrás se encontraba la Place du Capitole, una plaza inmensa donde está el ayuntamiento y, en la que ese día había un mercadillo. Me recordó, en cierto modo, a la Praça do Comercio de Lisboa. Entré a visitar el Capitole, que tiene adornada sus diferentes salas con pinturas y murales en las paredes. Desde el balcón principal pude ver la plaza al completo con su gran cruz de Occitania en el suelo.

Bajé hacia la Rue du Taur, una calle de pequeñas tiendas y comercios, y donde se encuentra también la Cave Poésie, la Cinemateca y la Escuela Superior de Audiovisuales de Toulouse, hasta la Basilique de Saint Sernin.

Esta, al igual que el Couvent des Jacobins y la catedral de Saint Étienne tienen sus fachadas construidas de ladrillo rojo, como los edificios de la mayor parte de la ciudad.

La basílica de San Sernín, es uno de los edificios más representativos de Toulouse junto con el Capitole, formado por varias naves con diferentes formas y un campanario, rodeado todo de un pequeño jardín y árboles.

Continué hasta el Convento de los Jacobinos que me sorprendió gratamente ya que su exterior no es nada llamativo. Pero su interior guardaba unas impresionantes vidrieras y columnas estrelladas conocidas como “La Palmera” por el dibujo que forman sus terminaciones de ladrillos rojos y verdes sobre el techo.

Por último, visité la catedral de San Esteban, una de las catedrales más extravagantes que he visto. Fue construida durante varios periodos distintos, por lo que alberga diferentes estilos, teniendo dos naves completamente diferenciadas, con dos entradas distintas, lo que hace pensar que son dos edificios independientes.

Entrada a la Catedral de Toulouse por la Rue de Metz

Entrada a la Catedral de Toulouse por Place Saint Étienne

Al día siguiente, recorrí andando los 1,5 km del Canal de Brienne hasta la Port de l'Embouchure, un estanque donde desemboca el río Garonne. Después, alquilé una bicicleta para hacer unos 30 km (ida y vuelta) del mítico Canal du Midi. Por sus orillas, llenas de vegetación y arboleda, me acompañaba gente en bici, andando o con patine(te)s y, barcos flotando en sus aguas.

Canal de Brienne

Paré a mitad del camino para descansar. Me tumbé en un embarcadero a dejar ir los pensamientos. Me sacó del embobamiento un barco que llegaba para atar sus amarras. Fui hacia el puente donde fueron parándose cada vez más personas curiosas para ver el descenso del nivel del río mientras se abrían las compuertas de la esclusa para que pudiera pasar el barco que había atracado.

Canal du Midi

Regresé a Toulouse para seguir conociendo la ciudad. Crucé el puente Saint Michel y caminé a orillas del río Garona hasta el Pont Neuf. Visité la Basílica de la Daurade, con una fachada diferente al resto de edificios y donde se encuentra la Virgen Negra.

A la salida de la iglesia, encontré uno de mis rinconcitos en Toulouse. Desde allí arriba, podría contemplar todo el parque de la Daurade, donde se reúnen grupos de amigos a conversar o a tomar algo, sentados en el césped a orillas del río. A la izquierda, el Pont Neuf y, a la derecha, el Pont Saint Pierre, la cúpula del Hôpital de La Grave, la noria y el Hôtel Dieu Saint Jacques.

Estaba atardeciendo. Seguí caminando hasta la Place de Saint Pierre, donde me senté en las escaleras para escuchar a un grupo de música brasileira. Las luces del Pont Saint Pierre, la cúpula del Hôpital de La Grave, la noria y el Hôtel Dieu Saint Jacques, anunciaron la entrada de la noche. Bajé a tumbarme en la orilla del río.

Cerré los ojos dejando que las imágenes que había recolectado en esos días pasaran por mi mente como un caleidoscopio, mezclándose unas con otras, sin seguir la trama de una historia lineal, pero al fin y al cabo, una historia. Quería guardar esos momentos aleatorios por el miedo de despertar al día siguiente y descubrir que todo fue un sueño.

El tono de voz del músico callejero. La sonrisa risueña del chico flaquito. El vino. El pedaleo de la bicicleta. El color de la bandera. Las recetas de cocina. Maní. El pequeño lunar en la parte izquierda de la nariz del chico moreno. Las fotos de montañas inaccesibles. Losa. Un libro con un recibo escrito a mano. La nuez pronunciada del chico latino. Las ojeras. Un libro en francés sobre Andalucía. La marca de los maratonianos en la cara. El tamaño de las manos…

Y un autobús despidiéndose a medianoche, rumbo al sur. Y un “encantado de haberte conocido”.


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