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DEL OTRO LADO DEL CHARCO

“…Siento al caminar toda la piel de América en mi piel…”

(Mercedes Sosa)

El mes de julio en Marsella se me hizo un poco difícil. El trabajo desde las 9 de la mañana hasta casi las 6 de la tarde en el gimnasio sin ventilación y con la humedad y el calor asfixiante de la ciudad, agotaba a cualquiera.

Si a eso le sumamos las obras en la residencia que no me dejaban dormir una siesta los días que salía un poco antes de trabajar, el ascensor roto, tener que subir y bajar varias veces al día las escaleras hasta la 6ª planta, la cocina sucia, la comida no muy buena de la Maison Pour Tous, los mosquitos nocturnos, las ratas por la calle…

Las tardes de ese mes apenas las ocupé en descansar, salvo algún día que fui al Parc Borély a ver el Mundial de Petanca, un pequeño “promenade” de 2,5 km junto a la orilla del río l´Huveaune, el trabajo en la fan zone de la Euro2016, una mini siesta en Le Pharo después de haber ido a la plage des Catalans y no poder tender la toalla, y un paseo con mi primo por le Vallon des Auffes y Malmousque para terminar cenando en un restaurante hindú en el Vieux Port.

El domingo que regresé de Avignon en blablacar, la mujer que conducía el coche me dejó en el Vieux Port. Esa noche había algún evento allí. Un escenario para conciertos y DJ´s, músicos tocando junto a la orilla del mar, la noria, puestecitos de artesanos… Di solamente una vuelta; me hubiera quedado hasta más tarde si no hubiera llevado la maleta y porque al día siguiente tenía que madrugar. Ya no me quería ir de vacaciones a España. Acababa de llegar de una fiesta para encontrarme con otra.

Pero el último viernes del mes terminé mi trabajo en la Maison Pour Tous. Ya tenía casi planificado el viaje a casa y sin nada importante que hacer, aproveché el tiempo que me quedaba en Marsella. Ese día, casi dos meses después, quedé con Maycon para ir a ver el cine de verano a Le Panier. De regreso a casa, me comentó que al día siguiente iría con otras dos chicas a visitar Cassis, por si quería acompañarlos.

La impuntualidad hizo que la hora a la que quedamos en el Vieux Port para tomar el autobús, se retrasara más de lo normal. Finalmente, quedamos en Saint Charles para coger un tren. El trayecto solo duró 20 minutos, comparado con los más de 3km y unos 45 minutos que tardamos andando desde la estación de tren de Cassis hasta el centro del pueblo.

Llegamos sobre las 4 de la tarde, lo que no dio para una visita tranquila al pueblo. Aún así, visitamos algunas de sus pintorescas calles y su pequeño puerto con casas de fachadas de colores. Nos dimos un baño en una de sus playas y nos tomamos un helado en Amorino.

Siempre suelo encontrar mi rinconcito preferido, de retiro, de relax, en todos los lugares a los que viajo. Allí lo encontré en el faro, desde el que se veía todo el puerto rodeado de pequeñas montañas, y en el que me senté a respirar, dejar ir los pensamientos y contemplar el pueblo.

Cassis desde el puerto

Mientras tanto, Maycon, Fer y Miriam andaban de un lado para otro haciendo fotos. La hora de volver se acercaba y me llamaron, interrumpiendo mi momento de desconexión con el mundo. Debíamos volver a caminar casi una hora hasta la estación.

Me fui con la sensación de no haber conocido lo suficiente el lugar, como suele pasarme siempre. Me quedó por visitar algunas de sus calles, la otra parte del puerto, el Castillo de les Baux, el bosque y Cap Canaille, unos macizos rocosos color ocre que hay junto al castillo y, supongo que como a todos los sitios que se viaja, el ayuntamiento y la iglesia.

Castillo de les Baux y Cap Canaille

Un poco cansados, llegamos a la estación cuando el sol ya empezaba a caer y tuvimos que esperar un buen rato para tomar uno de los últimos, si no el último tren de vuelta a Marsella. Una vez más, decidí no pagar el billete, arrastrando conmigo a los amigos que ese día me acompañaban en una de mis tantas locuras.

Me senté junto a Maycon, que iba todo el trayecto nervioso por si pasaba el revisor y nos pillaba. Yo traté, entre risas, darle mil y una justificaciones por si venían a pedirnos el billete. Llegamos a Marsella y el revisor no pasó. Una vez más viajé una parte del trayecto gratis.

Nos despedimos para volver a quedar al día siguiente para ir a Le Campagne Pastré, uno de los sitios que aún no había visitado de Marsella. Ese domingo quedamos temprano para tomar el metro hasta Castellane y luego el autobús hasta el parque.

Después de bajarnos en la parada de metro de Castellane, y buscar la parada del bus, miramos los horarios y ese día no pasaba. El plan se nos vino abajo. Decidimos ir andando a otro parque cercano.

Hicimos un “pique-nique” y buscamos un sitio donde pudiéramos anclar el equipo de slackline que llevaba Maycon. Como buen monitor, pasamos parte de la tarde aprendiendo este nuevo deporte con su ayuda y sus consejos.

Al día siguiente, el lunes, llevé a Maycon y a Fer a Le Pharo. Volvimos a hacer slackline, con la mala suerte de que el día se presentó nublado y con mistral, por lo tanto la dificultad era aún más grande.

Nos quedamos en el parque hasta que cerraron y fuimos con Fer hasta la parada de su autobús. El último ya había pasado. Decidimos acompañarla a casa andando, como hicimos la noche anterior.

El camino hasta la casa de Fer va ascendiendo poco a poco hasta llegar a la parte más alta de Marsella, en Notre Dame de la Garde. Después de los 45 minutos a pie, ese día Maycon y yo decidimos buscar una ruta alternativa de regreso al centro de la ciudad.

Nos metimos por unos callejones estrechos sin luz para llegar hasta Notre Dame de la Garde y verla de cerca, iluminada de azul por la noche. Queriendo acortar tiempo para no volver muy tarde a casa, nos perdimos por un sendero que rodeaba a la iglesia y que no tenía salida y tuvimos que darnos la vuelta.

Finalmente, fuimos hasta el túnel de la Abadía de San Víctor donde esa noche sí pudimos coger una bicicleta pública. Nos montamos los dos en una y bajamos durante unos 20 minutos hasta Rue de Rome con la adrenalina a flor de piel.

Paramos a comprar en el Monoprix nocturno de Canebière y como casi siempre, Maycon y yo nos despedimos en la esquina del metro de Noailles. Esta vez le di un fuerte abrazo. Iba a echarle de menos en estos días de vacaciones. Y a las niñas.

Después de casi 4 meses, empezaba a encontrar mi sitio en Marsella. Mejor dicho, mi gente. Siempre pensé que tengo más conexión con las personas del otro lado del charco que con las europeas. Maycon de Brasil, Fer de Colombia, Miriam de México… y otras tantas que llegaron antes como Gina y David de Colombia y los que han llegado después.

Tomé aire mientras caminaba feliz a casa, con una sonrisa por lo vivido estos días. Toulouse me estaría esperando en pocas horas.


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