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AVIGNON Y LOS CAMPOS DE LAVANDA


"Sur le pont d'Avignon, on y danse, on y danse..." (Pierre Certon)

"...Malva, por ti lloré tanto

que podría llenar un cestillo de esparto..."

(Manolo García)

"...When we walked in fields of god..."

(Sting)

Después de pasar un día agotador y caluroso de campamento con "les enfants" de Le Panier en Auriol y de vuelta al día siguiente al trabajo con ellos en la Maison Pour Tous, el penúltimo fin de semana de julio me fui a Avignon.

Al igual que Montpellier, era la segunda vez que iba a visitar la ciudad durante el voluntariado después de haberla conocido el año anterior. Pero esta vez iba por un motivo diferente. Mi primo me había invitado para ir a ver los famosos campos de lavanda y el Festival de Teatro de Avignon, uno de los más antiguos y famosos de Europa.

Cuando terminé el trabajo en la Maison Pour Tous el viernes por la tarde, hice la maleta y cogí un blablacar. Llegué para la hora de la cena y para dar solamente una vuelta por la ciudad e irnos a dormir pronto.

El sábado se presentó nublado, cayendo una pequeña tormenta sobre las 4 de la tarde, lo que no impidió salir a disfrutar del ambiente del Festival de Teatro en las calles de Avignon. Acompañada de Philippe, caminamos por el centro y nos tomamos un helado en La Princière, mientras hacíamos hora para ver la obra de teatro que había elegido.

No fue fácil decidirme por una, más cuando en un día pueden llegar a representarse hasta más de 1.000 obras y espectáculos en más de 100 teatros en toda la ciudad. Según a la hora a la que nos iba bien ir, tenía para elegir, entre otros, “The Band from New York”, un espectáculo musical con un pianista y un cantante que iba cambiando de personaje desde Elvis Presley hasta Jacques Brel o “Mozart et Salieri”, otro espectáculo musical con piano y cantantes de ópera.

Las entradas para “The Band from New York” estaban agotadas, así que fuimos a ver “Mozart et Salieri”. La representación era en el Espace Saint Martial una iglesia convertida a teatro desde hacía unos años y que la utilizan sobre todo durante el festival.

Debo admitir que no me gusta mucho el teatro, por no decir nada, en comparación con mi afición por la música o la literatura. Pero solo el hecho de visitar el lugar donde se hacía la obra, ya merecía la pena. La historia giraba en torno a la composición de “La flauta mágica” y aunque no podía comprender todo, conseguí engancharme ya que parte del guión se había inspirado en la película “Amadeus”, que vi hace muchos años y que me encantó.

La capilla de la iglesia y la escenografía tan básica fueron lo único necesario para hacer de una obra pequeña una interpretación magnífica, consiguiendo no desviar en ningún momento la atención del público. Un órgano, un piano, la voz de la chica protagonista cantando ópera y la puesta en escena de los actores, me hicieron levantarme del banco y aplaudir con sinceridad la primera obra de teatro profesional que he visto en mi vida.

Salí de la iglesia con muy buena sensación y esperé a que mi primo regresara del trabajo para seguir disfrutando del Festival esta vez en sus calles. Más allá del Pont, Le Palais des Papes o sus murallas, pude conocer por primera vez a la Avignon nocturna y alegre, la que en esos días se volvía bulliciosa al recibir a miles de personas de todas partes de Francia y quizás del mundo.

En cada plaza, en cada esquina de cada calle, había vida. Una batucada africana, dos guitarristas tocando por Paco de Lucía, un percusionista de tambor de Tobago, un dúo de guitarra y violonchelo, cantos judeocristianos, un guiri tocando canciones de Enrique Granados en la plaza de la catedral... Y carteles. Y arte. Y bares. Y gente... Y yo yendo de un lado para otro, queriendo abarcar todo, para que nada se me escapara esa noche.

Tomamos un vino y una cerveza en el patio de uno de esos maravillosos bares que solo abrían durante el festival, situado detrás de la catedral y probé la pizza "crème fraîche" antes de irnos a dormir.

El domingo acompañé a mi primo a una ruta turística por la Provenza. Volvimos a visitar Fontaine de Vaucluse, Gordes y Roussillon, y agregué a mi hoja de ruta la Abadía de Sénanque, Goult, los campos de lavanda de Ferrassières y Sault.

Parte de la carretera que tomamos para hacer esta ruta fue la que hicieron los ciclistas en la etapa que iba desde Montpellier hasta el Mont Ventoux, diez días atrás. Las pintadas aún seguían en el asfalto.

La Abadía de Sénanque se encuentra a unos pocos kilómetros de Gordes, descendiendo por una carretera de pequeñas curvas. Allí vi las primeras flores de lavanda a la entrada de un camino que conducía a la iglesia, que ese día estaba cerrada, rodeada de otro tipo de vegetación y de un terreno más extenso de las plantaciones malvas.

Goult, “le village caché en Luberon”, el pueblo escondido del Luberon, fue un descubrimiento de mi particular guía turístico. Está construido sobre y en torno a los restos de una antigua fortificación, con calles estrechas y casas de piedra. Detrás del castillo, y en una de las partes más altas del pueblo se encuentra el Moulin de Jérusalem, un pequeño molino de viento.

Ferrassières es una pequeña aldea rodeada por campos de lavanda y trigo. Paramos en "Ho! Bouquet de Lavande", la tienda de Nathalie Busi donde pudimos ver parte del proceso del tratamiento de la lavanda para después convertirla en aceites esenciales, saquitos, jabón e incluso miel. Compré varios productos para llevarle a mi familia en la vuelta a mi casa por vacaciones.

Sault, está situado en lo alto de una colina rodeado también por campos de lavanda y de trigo. Visitamos el centro del pueblo, con casas de piedra y estrechas calles, con una de ellas curiosa por su nombre “Rue Rompe Cul” (calle rompeculos), la iglesia de Notre Dame de la Tour y la torre del antiguo castillo de los Agoult. Pero lo más impresionante son las vistas del pueblo cuando se desciende por la carretera.

La ruta que comenzó en Avignon y terminó en Sault, se vistió del azul de las aguas de Fontaine de Vaucluse, el ocre de las canteras de Roussillon, el violeta de los campos de lavanda, el oro y el amarillo de los campos de trigo y girasoles, el color piedra de las casas de la Provenza y el verde de la vegetación del Parque Natural del Luberon, con el Mont Ventoux de fondo en cada estampa.

De regreso a Avignon, el Festival de Teatro en versión “IN” estaba llegando a su fin y la gente aprovechaba para disfrutar de sus últimas horas. Las calles volvían a estar llenas de músicos, cantantes, compañías de teatro…

Yo, antes de volver a Marsella fui a visitar otra vez unos de mis rincones preferidos de la ciudad. No sabía si aquella sería la última vez que vería Le Palais des Papes, pero fue la primera vez en verlo como aquel día. Los rayos del sol de aquel domingo de julio sobre su fachada lo volvieron más impresionante que nunca.


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