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ENCUENTRO EN LA GRANGE


“…Justo que hoy era la fiesta de los que se encuentran…”

(Fede Comín)

Pocas horas después de regresar de Montpellier de ver la salida del Tour de Francia, tuve que volver a madrugar para coger el autobús que me llevaría a La Grange. Mi compañera Sara me esperaba en el vestíbulo de la residencia para ir juntas hasta la estación.

La primera sorpresa del día llegó bien pronto, todavía adormilada. Sara compró los billetes de las dos y utilizó mi nombre de facebook como identificador: Sandra Kahlo Sabina. Me hizo gracia cuando leí, “Sandra Sabina”, pero la broma pudo costarme el quedarme en tierra. Menos mal que el revisor sólo pidió el nombre y no el DNI para contrastar la información.

El bus volvía a llevarnos a la parada del centro comercial de Montpellier, para coger el tranvía gratis nuevamente y bajarnos en la Station Occitanie, donde debíamos coger otro autobús interurbano hasta Ganges.

Nos bajamos en Ganges junto con un grupo de 4 ó 5 chicos que seguramente debían ir a La Grange como nosotras. Le preguntamos y ellos también esperaban a Alina que llegó junto con Caro, una voluntaria que conocí en Sommières, cada una en un coche y nos repartimos para ir hasta el camping.

El primer grupo llegamos para la hora del almuerzo, en la que compartimos la comida que llevábamos además de la que cocinaban en Bouillon Cube, ya que se trata de una asociación en la que viven algunas familias de artistas con sus hijos pequeños, en forma de comuna.

El grupo de voluntarios terminó de completarse después de terminar de comer. Volví a coincidir con Anita, Caro, Gabi y Márzio y conocí a otros voluntarios nuevos, como Dani, un chico rumano apasionado en libros científicos de deporte y con ganas de aprender español, Bent y Nacho a los que conocía de oídas por mi amigo Agustín, entre otros, e Inés, una chica española de un pueblo de Toledo que trabajaba como “au pair” cuidando a los hijos de una de las familias de Bouillon Cube.

Nota en el periódico local de Causse de la Selle por el Encuentro del 20 Aniversario del SVE

Nos enseñaron el camping, formado por un pequeño edificio donde se encuentra la casa y la oficina, donde viven y trabajan las familias responsables de la asociación. En la parte de atrás, una cocina, dos salas de reuniones y dos salas de creación, donde vienen artistas (músicos, pintores, escultores…) a retirarse para componer su obra. En el exterior, tres bares, una ludoteca, un escenario para conciertos, un escenario para obras de teatro, una terraza de bar y los servicios. Todo construido con piedra, barro y madera.

Y terreno. Hectáreas y hectáreas de terreno donde se encuentran instaladas las caravanas donde viven otras familias y los voluntarios y las tiendas de campaña donde acogen a los grupos que van de excursión, encuentros, etc.

No hay más. No necesitan más para vivir. Los servicios funcionan sin agua potable y utilizan aserrín como compost y el agua de las duchas viene de un río y usan jabón natural para bañarse.

Una vez visitamos el camping, todos los voluntarios que fuimos a La Grange para celebrar el 20 aniversario del SVE, nos reunimos en una de las salas para preparar unos juegos y actividades para las personas que visitarían esa noche Bouillon Cube para ver la obra de teatro, el concierto o tomar unas copas.

Cuando terminamos, nos instalamos en las tiendas de campaña, un poco lejos de la zona principal, en pleno bosque de pinos, tomamos una ducha y nos preparamos para ir a la Soirée Culturelle.

Me sorprendió ver la terraza del bar llena de gente en un pueblo de menos de 100 habitantes y los niños corriendo y jugando por el terreno del camping, mientras sus padres disfrutaban de una noche de fiesta. Sin duda, la apuesta cultural de la asociación Bouillon Cube funcionaba a las mil maravillas.

Compartimos los juegos y actividades que preparamos por la tarde con el público que asistió esa noche a La Grange. Me perdí la obra de teatro, excepto el final, mientras cenaba a una hora lo más parecido a la española. Después hicimos, entre el asombro de la gente, el flashmob que ensayamos y nos fuimos a ver el concierto.

Con la compañía de españoles y Márzio el brasileño, el grupo de cumbia “Tortilla Flat” y la fiesta en plena naturaleza, la noche no pudo ser mejor. El ticket que nos dieron para que las bebidas nos costaran más baratas por ser voluntarios y las continuas invitaciones de Inés, me hicieron descubrir bastante a fondo el “kir” (vino blanco con sirope). Creo recordar que fue en ese momento cuando pude descubrir por qué el chico que había visto esa mañana me resultaba familiar.

Bailamos y reímos durante todo el concierto. Cuando se terminó, la gente más allegada, el público más asiduo y algunos de los voluntarios pasamos a la zona de la post fiesta en una de la salas de reuniones. Nos sentamos en los sofás y compartieron bebida, comida y un rato de charla con nosotros hasta altas horas de la mañana cuando el cansancio y el frescor de la noche nos llevó a algunos de los voluntarios a volver a las tiendas.

Tardamos un buen rato en encontrar el camino, alumbrados solo con la linterna de un móvil en la más absoluta oscuridad. Dormí poco y mal. La variación de la temperatura en aquella zona era muy grande y, sin saco de dormir, pasé mucho frío, a pesar de las artimañas que inventé para poder abrigarme.

A la mañana siguiente, fui la última en levantarme y en desayunar. Preparamos las mochilas para la salida al río y colaboramos en las tareas del camping (limpiar la terraza del bar, fregar los platos, sacar la basura…) antes de irnos.

Hicimos grupos para compartir los coches. Dani, Nacho, Helena, Merilim y yo fuimos los primeros en llegar al río Hérault situado en un valle rodeado de montañas y mucha vegetación. Nos quedamos en la explanada que parecía un campo de fútbol, con porterías, columpios, mesa de ping-pong… desde la que se podía ver el castillo de Saint Jean de Buèges y al que quise ir más tarde, pero la directora del grupo nos cambió los planes.

El castillo de Saint Jean de Buèges

Dani fue el primero en probar el agua helada; los otros le siguieron, y yo solo me mojé las piernas. Duró poco el baño. Llegó Alina y propuso ir a otro sitio. La mitad del grupo tuvimos que cargar con todas las cosas, atravesando el río de una orilla a otra a través de piedras para llegar al lugar que se le había antojado, mientras que la otra mitad lo hizo nadando.

Nos instalamos en una pequeña parte de cemento al borde del río. Nos refrescamos, almorzamos, hicimos algunos juegos y a algunos nos dio tiempo hasta de dormir una pequeña siesta antes de volver al camping.

De vuelta a La Grange en coche por una escarpada carretera de montañas, el viento me acariciaba la cara y me sentía libre, mientras pensaba en que aquello era todo lo que quería hacer desde hacía tanto tiempo. Conocer a gente y viajar.

Al regreso, algunos voluntarios se encargaron de preparar la cena (ensaladas, tortillas, quiches…) mientras los otros se duchaban, y viceversa. Las fiestas de Causse de la Selle nos esperaban.

Todo el grupo salió para Causse de la Selle, excepto yo que esperé a Inés para irnos juntas. Caminamos 1.5 km a oscuras por la carretera hasta llegar al pueblo. Llegamos a la plaza principal y lo primero que me sorprendió fue que todos comían juntos en largas mesas, lo que me hizo recordar a los banquetes de boda de Custodio a los que iba cuando era niña.

Un pequeño escenario para el DJ y dos barras de bar era todo lo que había. Bailamos todo tipo de música, bebí mojito, probé por primera vez el “vin sucré” (vino con azúcar) y compartimos ratos de baile y risas con los jóvenes del pueblo que eran los que se encargaban de organizar las fiestas.

El DJ y los dueños de los bares anunciaron el final de la fiesta, parando la música y regalando bebidas gratis. La fiesta continuó no sé bien dónde ni cómo, porque yo junto con otros compañeros nos volvimos al camping esta vez con la luna en cuarto creciente alumbrándonos el camino.

Esa noche me prestaron un saco y pude dormir bien. Volví a levantarme y a desayunar la última. Preparamos las maletas y ayudamos en las tareas del camping antes de marcharnos. No pude despedirme de Inés que seguro aprovechó bien la fiesta de la noche anterior.

Nos llevaron a Saint Martin de Londres donde tomaríamos el autobús hasta Montpellier, aunque finalmente Alina decidió llevarnos a algunos de los voluntarios en coche. Después de dejar las maletas en la consigna de la estación de tren, ese día hice de guía turística de mi compañera Sara enseñándole todos los lugares de la ciudad que yo visité 3 días antes. Unas horas más tarde partiríamos nuevamente a Marsella para volver a la rutina.


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